jueves, 17 de mayo de 2012

Las Facciones de Perfil


Las Facciones de Perfil

¡Qué fila más larga!  En San Antonio te lo conté, ¿te acuerdas?  Al terminar no dijiste nada, y no supe si tú en realidad eras aquél.
Era verano cuando te vi por primera vez.  Tú apareciste un día en medio de la calle; estabas sentado en una silla vieja, frente a un escritorio que daba lástima.  Leías un libro, no sé si era Los Luisiadas o algún otro, de esos con cara de abolengo.  Ahí estaban tu máquina de escribir y tus hojas bajo el pisapapeles, y tú con un puro habanero en plena zona roja, en la banqueta bajo un árbol.  Eran las siete de la mañana cuando pasé.  Ahí estabas tú, con el libro, con anteojos de sol, y con tu habano; por que es habano lo que fumas, ¿verdad?
Y yo me preguntaba, ¿qué hacías ahí entre los puesteros?  ¿Cartas para la gente analfabeta?  Sí, el letrero al lado del escritorio decía se hacen cartas a máquina.
Me quedé observándote un rato; me dije es él, es decir tú.  Aunque en realidad no me lo dijiste, y aunque en realidad no sé si eras aquél.  Te lo conté en San Antonio, ¿te acuerdas?
Leías en medio de la calle, sin inhibiciones.  Me gustó tu traje de lino azul marino, tu corbata de flores y tus zapatos bostonianos.  De pronto, dejaste la lectura y me miraste, así como cuando ves a un personaje salido de un libro, o a una persona, la cual después de muchos años encontraste para algo que te urgía en ese momento.  No nos dimos cuenta de que te miraba, de que me mirabas, hasta tiempo después.
Supe que me había quedado atónito cuando te quitaste los lentes; al ver tus ojos no lo podía creer, ¿eras tú, Carlos?  Esta pregunta te la hice en San Antonio, y también te la hago ahora.  ¿Por qué me dejaste sin respuesta?  ¿Lo vas a hacer ahora otra vez?  Contesta cuando termine, ¿sí?  Ahora no puedo parar.
Bueno, no paraba en mi asombro, esa gran frente, los ojos y la boca, y el bigote exactamente iguales.  No parabas tu vista de mí; creí ser el protagonista de tú próxima novela.  Seguí mi camino y me dije a mis adentros es él.  Recordaba las facciones de la cara, sus entradas ese cabello.
Di vuelta a la cuadra y llegué al restaurante que administro durante medio turno.  Toda la mañana la pasé piense y piense en ti.  Recordaba los libros donde aparece tu fotografía.  Y así estuve hasta las once de la mañana.  De regreso a casa, decidí ir a verte; ya no había nada, ni nadie, ni tú.  Sólo había una paloma placera comiendo unas migajas de pan, donde a las siete de la mañana hubo un escritorio, una silla, una máquina de escribir.  Estaba desconcertado.
Llegué a casa y revisé los libros donde aparece tu imagen.  Sí, eras él, tú, ¿Te acuerdas?  Y todo el día pensaba en las razones que tendrías para estar ahí.  Me dije tal vez va a hacer una nueva novela.  Hasta hace poco presentaste la última en una entrevista que te hizo Jacobo en tu casa de Inglaterra.  Era 1992, México dividido en dos partes, el PAN había ganado; los estadounidenses nos tenían hasta el cuello.  Se celebraba el quinto centenario del descubrimiento de América.  De eso trata tu novela, ¿verdad que sí?  Y mira que tiempos los de ahora.  ¡Qué larga fila, no avanza nada!
Al día siguiente, a las mismas siete de la mañana llegué a donde mismo.  Seguías en la lectura de ese libro y fumabas tan temprano.  Usabas aquella vez saco y pantalón color miel, de buen corte, una camisa muy blanca y corbata con motivos pasley.
Ahí, tan soberbio te encontrabas, con el contraste del paisaje y tu escritorio.  Esa actitud se ve en tus novelas, y la vi en tus ojos; sin embargo, cuando me mirabas, nunca imaginé ese cambio tan radical, una humildad para ver y ponerme atención, ¿qué tenía?  ¿Qué tenía, Carlos?  ¿Recuerdas?
Estaba perturbado, estaba parado sin haberme dado cuenta, y empecé a caminar.  Al dar la vuelta a la esquina, observé para atrás y aún estabas con esa mirada.
Recordé ese momento sentado frente a la caja registradora.  Me propuse preguntarte si eras aquel escritor de tantas novelas y cuentos, al estar así, me molestó la luz de ese gran marquis blanco frente a la puerta del restaurante; era el reflejo de esa luz matinal que molesta, pero que también agrada.
Los cocineros, los meseros y yo nos preguntábamos de quién sería ese auto tan bonito.  ¿Será de la dueña de los vestidos de Sabinas?  ¿Del ferretero?  No, no lo habíamos visto antes.  Tal vez era de algún cliente de la cantina, a la que van famosas personas, como políticos, bueno, con cara de políticos.  Pasé un momento a la parte trasera del restaurante, y cuando regresé, esa luz se había ido.  No vimos al dueño del automóvil.
Era sábado, día de mucha clientela y mucho trabajo.  Me puse un delantal para ayudar a mis trabajadores.  Recuerdo que trabajé rápido esa vez, pude atender muy bien a los clientes; así estuve hasta terminar mi medio turno, hice corte de caja y salí.  Pasé a la revistería a comprar un chocolate.  Al dar la vuelta ya no estabas, pero el escritorio y la silla los vi encargados a un cerrajero de Colegio Civil, donde trabajabas, o dizque trabajabas, porque de todas las veces que te vi ahí, nunca hiciste una carta.  Era muy temprano, y no creo que a alguna persona le pudiera interesar hacer una carta entre las primeras horas del día, y en tal lugar.  No veía la razón de eso.  Sólo sabía que el espacio era bueno para la ambientación de una novela o cuento. 
Se ven los borrachos todavía con la botella en la mano.  También, están las prostitutas con cara de ya no lo voy a volver a hacer que suben en el camión;  o algunos dormidos en el suelo con las bolsas del pantalón afuera, y sin cinto y zapatos, sorprendidos por el día y por los ladrones; tan tranquilos, como muertos si es que no los habían matado.  O los trabajadores de por ahí, de esos que vienen de la Topo Chico o Aztlán a trabajar en los puestos, o a tomar otro camión para ir a las colonias del sur. O las madres presurosas con sus hijas, quienes recorren por Reforma todas las tiendas de vestidos de novias porque se les casan.  ¿Cómo, otra vez por aquí, otro vestido de quinceaños?  No, ahora uno de novia, porque urge que se case la señorita.
Y llegué a mi casa con estas divagaciones, y encendí la televisión.  Me enteré de que hace una semana habías llegado a México, y tomabas una vacaciones antes de iniciar tu gira promocional por toda la república.
El domingo, igual estabas ahí.  Ahora con guayabera blanca, daba tanta luz a todo tu alrededor; tan fresco que te encontrabas, en medio de ese calor de la mañana de la ciudad.  A lo lejos, me quedé quince minutos, observando tu postura, la forma en que leías, tus piernas cruzadas.  Vi que era observado: eras tú que de reojo mirabas la cafetería de enfrente, donde me había ocultado.  Eso si te lo conté la otra vez, ¿Verdad?  ¡Cómo camina tan despacio la fila!
Salí de la cafetería sorprendido, ahuyentado.  No tuve la suficiente fuerza para dirigirme a ti, y preguntar si aquél eras tú.  Por eso estoy aquí, contándolo todo, con más detalles que cuando te lo relaté en San Antonio
La semana pasó, y tú ahí.  Mientras miraba ese gran marquis blanco pensaba en ti,  ¿por qué estabas a la vuelta de mi restaurante?  ¿Dónde comías?  ¿En que hotel estabas?  ¿Cómo sería la novela que escribías?  Así estaba, hasta que el cocinero me dijo que ya me comprara un auto, porque me lo iba a comer de tanto verlo.  Poco después, uno de los meseros me dijo ¡Qué padre sería subirse a un auto de esos con una suspensión de nave espacial!  Le pregunté al otro mesero que quién era el dueño del auto, no supo; nadie sabía.
El último día que te vi aquella vez, estaba desvelado.  Pensé en ti toda la noche.  Me dije es él, eras tú aquel.  Llegué al restaurante con la determinación de salir unos cuantos minutos a preguntarte.  Pensé cómo llegar a saludar, cómo empezar a cuestionar mis dudas.  Y así me decidí.  Me cegó por un momento la luz que reflejaba el gran marquis cuando salí en tu busca.
Ya no estabas, fui a ver tu escritorio y tu máquina de escribir, pero no los tenía el cerrajero, ya habías mandado a recogerlos.  Pregunté ¿dónde se fue el señor?  No supo decir nada.
Regresé al restaurante, vi que el gran marquis ya no estaba tampoco.  Le pregunté al cocinero, ¿dónde está el auto?  Me dijo miralo, ahí está parado por la luz roja, allá en la esquina.
Sin pensarlo dos veces corrí.  Verde, aceleró.  Corrí.  El auto dio vuelta por Madero; corrí aquella vez más rápido, tenía que frenar ese auto a la vuelta, sabía yo que era aquél.  Casi al momento de ver al conductor aceleraste y no pude saber si eras o no, no lo supe, ni por las facciones de perfil, ni por la vestimenta.
Ese gran marquis que se estacionaba enfrente ya no lo volví a ver, ni a ti, ni al escritorio.  La larga fila terminó.  Ahora si te preguntaré.  Me miras de nuevo como aquellas veces, digo a mis adentros.  Tomas mi libro.  ¿Para quién?  Te digo mi nombre y escribes como en San Antonio, y como ahora:  Cordialmente para Humberto, Fuentes, 1990.

martes, 15 de mayo de 2012

Carlos Fuentes: Sólo le falta el Nobel

Por Humberto de Alba

(21-May-1994).-



Carlos Fuentes ganó el premio Príncipe de Asturias de las Letras 1994 y no fue por obra de la suerte. Se lo ha sabido ganar por el apropiado manejo de la lengua española, y por hacer de ella una lengua de respeto ante los demás.

La literatura de Fuentes está caracterizada por cuatro géneros que sabe manejar a la perfección: la novela, el cuento, el ensayo, y el teatro. Pero es el género narrativo el que ha llamado la atención del mundo entero. Por algo sus novelas y cuentos han sido traducidos a más de una veintena de idiomas.

Aunque a Fuentes le gusta más que lo lean a que lo cataloguen, se puede afirmar que es un novelista experimental por el uso que hace de diferentes técnicas narrativas en cada una de sus novelas, al igual que del lenguaje y la estructura. En este sentido se parece a su colega Camilo José Cela, quien ya ha obtenido el premio Nobel.

La temática de Fuentes se puede definir de la siguiente manera: en todas sus novelas hace uso del pasado con el presente de la ciudad, es decir, en sus novelas y cuentos maneja el tiempo pasado, por ejemplo la Conquista, la cultura náhuatl, el Virreinato o la Revolución; y el tiempo presente, que por lo general se sitúa en la ciudad.

Así por ejemplo, en la novela "Cambio de Piel", un grupo de personajes, Javier, Franz, Elizabeth e Isabel, viajan por México, Cuernavaca y otros lugares; y utilizando la técnica de contrapunto, intercala escenas de la conquista de Hernán Cortés. O en su cuento "Estos fueron los Palacios", se habla de la ciudad de México en el presente, así como la época de bonanza y esplendor de los palacios, que ahora están convertidos en vecindades.

El tiempo es una obsesión temática en Carlos Fuentes. El escritor, además de manejar tiempo pasado y presente, lo utiliza como parte de la técnica literaria, otras veces hace reflexiones sobre él; y en otras, lo maneja lúdicamente, incluso maneja una novela un tanto futurista.

El tiempo como elemento indispensable en la técnica literaria se aprecia en dos obras claramente, una es "La Muerte de Artemio Cruz" y la otra es "Aura".

En la primera novela el tiempo objetivo es de doce horas, que son narradas en primera persona, es decir, aquellas doce horas en las que Artemio Cruz agoniza y narra su sentir. Ahora bien, dentro de ese tiempo, aparece el subjetivo, narrado en tercera persona, en el que el protagonista recordará doce fechas trascendentales en su vida. Esas fechas no van en sentido cronológico, sino salteadas, y abarcan momentos como su nacimiento, el día en que toma posesión de las tierras de don Gamaliel, cuando se hace diputado, etc. Y lo interesante del tiempo en esta obra es que hay una perfecta estructura donde se muestran los altibajos del personaje principal. Además, no se olvide que hay doce momentos de reflexión, narrados en segunda persona, y en donde el tiempo permanece latente.

En "Aura" pasa lo contrario. Aquí no se sabe cuál es el tiempo presente ni el pasado, todo se confunde de manera intencional, se juega con el tiempo. Lo que se puede afirmar con seguridad es que Felipe Montero, el protagonista, forma parte de la dualidad presente-pasado, y en la que no se sabe cuando es joven o viejo o si tiene alguna relación o no con un personaje que tampoco sabemos si es anciana o joven.

En cuanto a sus reflexiones sobre el tiempo, a Fuentes le gusta hablar del pasado histórico que envuelve a todo México, y trata de explicar como ese tiempo tiene influencia sobre nosotros en el presente; esto se presenta tanto en sus ensayos, como en los personajes dentro de la narrativa.

Como ejemplo de sus ensayos está "El Espejo Enterrado" en el que hace una serie de reflexiones acerca de los cinco siglos del encuentro de dos mundos.

En el caso de la narrativa, estas reflexiones del tiempo se pueden ver claramente en "Las Buenas Conciencias". Dentro de esta novela, hay una primera parte en la que se habla del pasado de la familia Ceballos y de la tan arraigada tradición cultural guanajuatense. El conflicto llega cuando Jaime Ceballlos intentará luchar contra ese tiempo pasado y tradicional, del que finalmente no podrá escapar y que aceptará sin más remedio.

También es definido como escritor de la ciudad, por la constante referencia espacial acerca de la Ciudad de México como sitio universal que contiene todos los males y caos de todas las urbes del mundo, y por lo tanto, al hablar de la Ciudad de México, habla de un tema de carácter universal.

Juan Rulfo se dedicó a la narrativa rural, a retratar la vida del campo; y Fuentes dejó esa tradición para hablar de los problemas citadinos.

Fue él quien inició la llamada Novela de la Ciudad, y fue precisamente con "La Región más Transparente" en la que retrata el ambiente social de la ciudad de México, desde la alta burguesía improvisada y la llamada aristocracia del porfiriato, hasta el proletario y aquéllos que fluctúan de una clase a otra.

Sus narraciones abarcan todo tipo de problemas citadinos. Una de sus obsesiones es el retrato del político corrupto que renuncia a sus ideales para seguir los caminos del poder, el dinero, etc. Como ejemplo están Artemio Cruz, Jaime Ceballos, etc.

En otras narraciones habla del desmoronamiento de la ciudad, de la moral de una persona, y de los artilugios para sobrevivir y dejar a los otros en la miseria.

En el cuento "A la Víbora de la Mar", una solterona se va de viaje en un crucero por el Caribe, y ahí se enamora de un individuo que la hace feliz, la arregla y le da consejos para verse bella. Al final se descubre que él tiene un amante hombre y que ambos se dedican a estafar personas. Y mientras la solterona ilusionada no tiene idea de lo que pasa, la pareja juega a la víbora de la mar: "unos corren mucho y los de atrás se quedarán".

Fuentes también rompe con las corrientes literarias realista y naturalista, y adopta una nueva forma de narrar. Es bastante real, pero en combinación con elementos de fantasía, técnicas narrativas, y contraposición de realidades, da por llamar a esto Realismo Simbólico.

¿Qué quiere decir Realismo Simbólico? En pocas palabras es una alternativa para dejar ya por la paz las corrientes realista y naturalista que desde el siglo pasado se habían arraigado hasta poco más de la mitad del presente siglo. Consiste en combinar lo que es la realidad externa, lo que sucede, en función de la novela misma, que no es otra cosa que el uso de todos los recursos novelísticos para crear una realidad que el lector deba inferir.

Por ejemplo, en "La Región más Transparente" se da toda una serie de realidades en las que se habla de una variedad de clases sociales y sus problemas, esto se hace a través de una estructura que algunos críticos definen como caótica, pero de la que el lector puede formar sus propios puntos de vista y observar qué es lo que el narrador nos quiere decir: que la ciudad de México es un lugar nauseabundo, en donde la vida se vive con egoísmo y a veces con fracaso.

Dentro de su literatura aborda otros temas como el sentido de culpa en el mexicano, la realidad social del País, la falta de identidad, el atraso democrático y económico, la Revolución Mexicana, la corrupción, etc.

En sus novelas y ensayos hace fuertes críticas a la sociedad y a quienes habitan la ciudad. En su obra de teatro "Todos los Gatos son Pardos", se habla de la historia de Moctezuma y la conquista de los españoles, para luego abordar el presente con la matanza del 68 y dar a entender que todos los presidentes son igual de corruptos, desde el imperio azteca con Moctezuma, hasta la fecha.

A veces es cruda su narrativa, y en algunos casos hasta ofensiva. Su lenguaje no se limita a degradar secretarias bobas con muñecos de peluche en su escritorio o tontas y estúpidas madres abnegadas que se sacrifican por sus hijos, sino que emplea las palabras de modo bastante directo e hiriente, usa las maldiciones para hablar de la condición en que se encuentra el mexicano.

En "La Muerte de Artemio Cruz", un sacerdote acompaña a Artemio, quien ya tiene sus horas contadas. Hay rezos, pero la conciencia de Artemio empieza a producir una letanía con la palabra "chingada".

En cuanto a sus técnicas narrativas, se puede decir que son muy variadas. Prácticamente por cada novela que tiene, usa una serie de características, técnicas distintas a las que había empleado en otros escritos.

En "La Región más Transparente", dice tener influencia directa de cuatro escritores: Faulkner, Dos Pasos, Lawrence y Huxley. De ellos saca las técnicas que más tarde irá perfeccionando, junto con innovaciones propias.

En su novela "La Cabeza de la Hidra" maneja técnicas de la novela policiaca. Un personaje, Félix Maldonado, se ve envuelto en un problema de corrupción petrolera, y a medida que pasa el tiempo irá descubriendo toda una serie de intrigas en las que se ve implicado el gobierno.

En "Cristobal Nonato", el narrador es un personaje que aún no ha nacido, pero que sabe todo lo que pasa en el mundo. Se publicó por primera vez en 1987, pero habla de acontecimientos que suceden en 1992.

En "Aura", se maneja la segunda persona. Esta novela, o noveleta, es la primera en su género, ya que antes nunca se había usado el "tú" para narrar. También se utiliza en "La Muerte de Artemio Cruz", donde la segunda persona se emplea como técnica narrativa para designar lo que es la conciencia del personaje principal.

Como cuentista, Fuentes cumple con todas las características del género. El escritor menciona, en una entrevista realizada por Emmanuel Carballo, que escribe novelas porque es un cuentista roto, a lo que después afirma, que usa la novela para decir todo lo que piensa y no porque sea mal escritor de cuentos.

En un cuento no se puede decir todo, eso es cierto. Por eso, Fuentes tiene poca cuentística publicada; sin embargo, son perfectos, sobre todo los que componen sus libros "Cantar de Ciegos" y "Agua Quemada". Resulta ser sorpresivo, elemento imprescindible del género cuentístico y que no muchos pueden manejar tan bien.

Como ejemplo están "Las Dos Elenas", donde Elena hija dice que toda mujer debe tener dos hombres para complementarse, y esa idea asusta a toda la familia, sobretodo a Elena madre, pero sabemos que son habladurías y nada más. En cambio, resulta que la que anda con dos hombres es Elena madre, con su esposo y con el esposo de Elena hija.

Y al igual que Octavio Paz, el ensayo es el género donde Fuentes puede plasmar su pensamiento, tanto de lo que para él significa la literatura como sus ideas acerca del mundo contemporáneo.

Si de literatura se trata, tiene ensayos como "Cervantes, o de la Crítica Literaria", "Geografía de la Novela", etc.

Y si se quiere saber lo que piensa del tiempo en que vivimos, el escritor saca oportunamente ensayos que hablan del tiempo que le rodea y su circunstancia. Así, por ejemplo, en 1971 publica su libro "Tiempo Mexicano", en el que hace un análisis de la vida del mexicano, con agudos comentarios sobre problemas como el 68 y los halcones contratados por el Gobierno en 1971, entre otras cosas.

En 1992, con motivo del quinto centenario del Descubrimiento de América, sacó su libro "El Espejo Enterrado", donde habla de lo que piensa acerca de la conquista española, sus consecuencias y la realidad presente de la América Latina.

En fin, Carlos Fuentes lo tiene todo.  Elena Poniatowska dice que él es un fenómeno de la literatura, que es el icuiricui, el macalacachimba; un individuo al que la vida ha tratado siempre bien.  Es de los pocos escritores que pueden darse el lujo de vivir, y vivir bien de la literatura. Carballo dice que la bibliografía de Carlos Fuentes crece en forma aritmética y su renombre en proporción geométrica.

Sólo tiene dos elementos en su contra. Primero, una vertiente crítica que lo pone contra la pared por su cosmopolitismo y el poco vivir en México, ya que su literatura acerca del país es poco auténtica por esta razón. Y el otro elemento en su contra es el tiempo, el que supo manejar favorablemente para sí y que ahora está en su contra, porque nos urge a todos y a él el premio Nobel de Literatura.

Si hay algo que reconocer, es que Carlos Fuentes es el más grande escritor de México entre los vivos, junto con Octavio Paz. Y es uno de los más grandes del mundo hispano y no hispano. Tiene la maestría del ensayo al igual que Paz, el experimentalismo novelístico y afortunado con el que ha dado grandes obras a la humanidad, al igual que su colega Camilo José Cela.

Lo tiene todo, pero el tiempo se acaba y el Nobel no llega.  Carballo en cierta ocasión mencionó que la probabilidad de que Fuentes obtenga el premio es difícil, ya que anteriormente ganaron el galardón Cela, y después Paz.

Son dos escritores de lengua española, y para que Fuentes obtenga el premio, necesitaría dejar pasar dieciséis años, ya que, según Carballo, ése es el promedio de años entre cada escritor de lengua española en el historial de los premios Nobel. Y más difícil se pone la situación si vemos que en 1989 Cela obtuvo el premio, y Paz en 1991.

Sin embargo, no hay que ser pesimistas. Aún tiene mucha cuerda para escribir y si lo comparamos con Paz, todavía le quedan muchos años de oportunidades, logros y triunfo. Y por mientras, veremos a Carlos Fuentes recibir el premio Príncipe de Asturias, el cual será otorgado precisamente el día que cumpla 66 años de edad.


Bibliografía

Los días Enmascarados, 1954
La Región más Trasparente, 1958
Las Buenas Conciencias, 1959
Aura, 1962
La Muerte de Artemio Cruz, 1962
Cantar de Ciegos, 1964
Zona Sagrada, 1967
Cambio de Piel, 1967
París, la Revolución de Mayo, 1968
La Nueva Novela Hispanoamericana, 1969
Cumpleaños, 1969
Casa con dos Puertas, 1970
Todos los Gatos son Pardos, 1970
El Tuerto es Rey, 1971
Los Reinos Originarios, 1971
Tiempo Mexicano, 1971
Cuerpos y Ofrendas (antología), 1972
Terra Nostra, 1975
Cervantes o Crítica de la Lectura, 1977
La Cabeza de la Hidra, 1978
Una Familia Lejana, 1980
Agua Quemada, 1981
Gringo Viejo, 1985
Cristóbal Nonato, 1987
La Campaña, 1990
Constancia y otras Novelas para Vírgenes, 1990
El Naranjo o los Círculos del Tiempo, 1993.
Orquídeas a la Luz de la Luna
El Espejo Enterrado
Geografía de la Novela
Tres Discursos para Dos Aldeas

miércoles, 2 de noviembre de 2011

CALAVERAS 2011

Alberto
La huesuda vino por Alberto
Porque ni ella lo aguantó.
Quería hacer con el teléfono
Lo que le diera la gana.
Ahora si te llevo dijo la muerte,
Por colgarme o no contestar,
Aunque no me hayas llamado,
Ahora, ahora te la vas a pelar.

Diego
Este año la pelona le llegó a Diego.
Ya se me hacía que te hacías viejo.
Tantas veces te vine a visitar,
Pero me decías: espérame tantito
Que me quiero echar un chino.
Y la Muerte le dijo:
Ya medio mundo te echaste,
Ya creía que me ganabas,
Si no tienes ganas conmigo,
Ahora las ganas las tengo yo.

Ernesto
¡Hay Ernesto! ¿Dónde andabas?
¡Qué buscándote andaba yo!,
Dijo la muerte a éste,
Y ningún respiro le dio.
Te llevo de este mundo
Porque hay gente
Que por más atención que le pongas
No te pela ni te entiende…
Y hasta se ofenden.

Robert
¿Robert donde andabas,
Que no te encontraba?
Ya supe que por el Norte
Rienda suelta te dabas.
Mira, mira decías,
Cuando todos se habían ido,
Pero aquí conmigo no te chiflas,
Porque yo me chiflo contigo.

Palomo
Se te fue viva la paloma
Venía cantando la Muerte,
Y que se agarra a Palomo
Para su mala suerte.
Gavilán o Paloma
Seguía gorgoreando la pelona
Y le decía a Palomo, no te agüites
Que te llevo a tus amigos
Y así no estarás más triste.

Mike
Mike estaba viendo una película
De Almodóvar, con Pepa , Luci y Bom,
Y otras chicas del montón,
Pero un día vino la fría,
¡Y no se lo llevó!
Se quedó a ver la peli,
Hasta que la peli se acabó.

Reynaldo
La Muerte dijo:
Hay Reynaldo, ¿dónde andas
Qué no me pelas más?
Ando búscate y búscate,
Ya es por demás,
Contigo yo no puedo,
Ya no puedo más,
Pero sé que tomas, fumas y juegas,
Y pues aquí te voy a esperar.

Humberto
Se fueron todos y aquí estoy,
Dijo Humberto a sus amigos.
Y solo se sintió,
Y tan solo se sentía,
Que a la Muerte hizo su amiga,
Pero no contaba que un día
La calaca le dijera, ven amigo mío
Vente acá, acá, amor, conmigo.

sábado, 6 de agosto de 2011

Pearl Buck

Escritora estadounidense, Premio Nobel de Literatura 1938. Hija de misioneros, vivió gran parte de su vida en China. Gracias a ella se dio a conocer esta cultura con novelas como "Viento del este Viento del Oeste", La Buena tierra, Los Parientes, y la que creo es su mejor novela, Peonia. Ha escrito otras como La Madre, Ven Amada Mía y El Ultimo Gran Amor. Yo la encontré entre los libros de viejos o de segunda. Ella es de los pocos escritores de Estados Unidos que más me gustan.
Peonia es la historia de una moza china en una familia de judíos en China que se enamora de uno de los hijos. En esta novela se retrata la cultura de ese país, la cultura de los judíos viviendo en China, y como a través de la historia los judíos se mezclan y desaparecen con el trancurso de los años.

lunes, 1 de agosto de 2011

Jacinto y los Ficus

Jacinto se levantaba a las seis de la mañana para barrer con sus recuerdos, de arriba abajo y de izquierda a derecha, las amplias banquetas de su casa, mientras recordaba en los jóvenes que pasaban rumbo al trabajo, la juventud de su casi extinta vida.
Eran unos árboles enormes que cada día bañaban de hojas las banquetas. Se levantaba a diario con su escoba, su recogedor y su bolsa de plástico. Esto no lo hacía sin antes haberse bañado, vestido y desayunado la pieza diaria de pan con café con leche.
Cada mañana mantenía ocupadas sus horas con esta actividad, y le gustaba de ver jóvenes, que según él, pudieron haber sido sus amantes si tuviera algunos años menos.
La soledad la aminoraba con ver muchachos, y no tan muchachos, y se empecinaba en echar a volar la imaginación, aderezándola con los recuerdos de su ya perdida juventud.
Había un joven que en especial le llamaba la atención. Siempre pasaba por sus banquetas rumbo al metro, siempre le quiso hablar, siempre le quiso seducir, pero sólo se conformó con verlo, de frente y de espaldas. Y daba cabida a cada recuerdo, con esa potente imaginación que le daba ilusiones, esperanzas, ganas de vivir. De frente recordaba a quienes había permitido que lo amaran, medía los centímetros, los metros y los kilómetros. Y se imaginaba lo que pudo ser, lo que podría pasar con este joven, y lo que nunca sucedió ni sucederá. Por detrás, recordaba las curvas de la vida, las vueltas que daba, contaba con cuantos y quienes se había acostado aquí y en todo el orbe.
Nunca dejó de barrer las hojas, que eran pocas y verdes en primavera, y en verano eran menos. Pero en otoño, hacía comparaciones entre la cantidad de recuerdos y las hojas amarillentas caídas; y aún en invierno, que casi no había hojas que recoger, se empecinaba en dejar limpias esas banquetas de su memoria.
Una vez a mediados de febrero hubo un ventarrón, y como los ficus eran grandes, arrasaron con el cableado eléctrico, y la colonia quedó sin luz hasta que no fue reparado el servicio.
Al día siguiente vio ese muchacho y quiso hablarle, lo veía con tanto garbo y veía en él toda una vida por vivir que él ya no tenía, una vida con muchas esperanzas, con un futuro que a Jacinto le hubiera encantado llenar, pero no veía más que en sí mismo la vida resuelta. Y las hojas de ese ventarrón le ocuparon más del tiempo que empleaba en recogerlas otros días. Y no le habló.
El muchacho no era ajeno a esto. El pasaba por entre las banquetas sin barrer cuando iba temprano al trabajo, y a veces limpias cuando se le hacía tarde, pero siempre veía a Jacinto que lo miraba.
A medida que pasaron los días, los meses, el muchacho, a veces, esbozaba una sonrisa, un saludo, unos buenos días. Esto era para Jacinto la nota alegre del día, y la imaginación daba rienda suelta con todas las posibilidades, más potente que los recuerdos, y se levantaba con más alegría con la esperanza de ver esa sonrisa, ese saludo, esos buenos días.
A veces no lo veía y esos golpes que la vida le dio, le venían a la cabeza y se ponía a llorar mientras barría. Las veces que lo dejaron, cuando perdió a sus amigos, cuando tuvo que dejar algo, le hacían triste la mañana y por lo tanto todo el día.
Otra vez los ventarrones de febrero hicieron lo suyo, y mal que bien, Jacinto se olvidaba un poco de recordar y recogía esas hojas que a veces le ocupaban más de una bolsa.
Por ese mismo mes, los apagones se hicieron más frecuentes por culpa de los ficus. Jacinto no tenía idea que un día de estos se los iban a podar, casi a mutilar, a dejar desnudos. Así se hizo. El día que estaban podando los árboles, muy de mañana, el joven pasó y se estremeció, se imaginó a Jacinto, a quien veía con la vida resuelta y libre de problemas, sin la necesidad de barrer, de recoger las hojas. El joven se vio a sí mismo por un largo camino que tenía que sortear, mientras se imaginaba a esa persona que barría, sentado en su casa, viendo libre de hojas las banquetas, que no podía tener vida más cómoda que la de ver a la gente pasar.
Pero lo que nunca se imaginó el joven, hasta tiempo después, es que Jacinto, con sus hojas, con sus ficus y sus banquetas enormes, ya no volvería a barrer porque ya no había más tiempo para recuerdos ni imaginación.

lunes, 18 de julio de 2011

Las Separaciones

Dejó de dar clases al tercer semestre porque le dolía separarse de sus alumnos. Aún tiene un duelo no resuelto con su padre. Tiene miedo de enamorarse, por tener que dejarla o que lo dejen cuando la relación se deteriore. No ha salido de casa de sus padres y tiene miedo por el día que deje de existir su madre.
Y lo peor, según él, es tener que separarse poco a poco de este mundo, de las cosas que quiere, de los amigos a los que no deja de aferrarse, de la tumba de su mascota, de las películas que ha visto y del futuro que no verá.
Le duele partir de este mundo.
Ahí va caminando solo por un callejón en el cual no hay un ser vivo, ni un alma. Suspira al pensar que habrá sido de esas personas que habitaban esas casas ahora abandonadas, ahora en ruinas y sin luces. ¿Dónde está el camión de la basura para que se lleve los recuerdos? La primavera no viene.
Llega a su casa y saluda a su mamá. Ella no le hace caso. Se encierra en su cuarto para no oír lo que ella dice: ¿hasta cuando te irás de mi mente? ¿Hasta cuándo?
Al día siguiente va con el siquiatra a seguir con la terapia. Le oye decir que las separaciones, los duelos, son dolorosos y hay que superarlos.
No se resigna y va a su casa de su ex, a quien ve con otro. Corre por toda la ciudad que le ha dado la espalda, que se ha portado indiferente con él, y él se pregunta hasta cuando dejará de aferrarse a este mundo, a esta vida, que por más que quiere no deja de pensar en que ya no existe.

jueves, 7 de abril de 2011

El Portallaves

Cuando Elósegui vio la nota de despedida del amor de su vida, tomó el auto y fue a la central de autobuses a tratar de detenerlo.
Le era imposible encontrarlo dada la hora que era y lo sabía; sin embargo, no quiso quedarse como un inútil en medio de la sala y decir: ok, la mitad de mi vida se va, y mi otra mitad como si nada.
Quiso tocar a su vecina Susan, pero lo pensó porque no estaba para pláticas. Entró a su departamento, y tras dejar colgadas las llaves en su respectivo lugar, se quedó como un inútil en medio de la sala por más de quince minutos, no daba crédito a lo que había pasado, y mientras se soltaba a llorar se preguntó que iba a ser de su vida de ahora en adelante. En la cocina sacó del refrigerador el galón de helado de chocolate, el cual consumía poco a poco cuando se sentía deprimido.
Las cosas andaban mal entre ellos, pero no creyó que fuera para tanto, y entre más se preguntaba que pudo haber salido mal para que todo terminara, menos sentido le encontraba a la situación. ¿Problemas económicos? Ninguno, cada quien habría podido mantener el departamento sin la ayuda del otro. ¿Acaso ya no se gustaban? Elósegui lo disfrutaba hasta la médula, ¿pero él? No supo responder y se dio cuenta de algo, nadie sabe exactamente lo que pasa en la cabeza de otro, se le podrá conocer hasta en la intimidad, pero habrá secretos que nunca saldrán a la luz.
Miraba la cocina y recordó cuando compraron la vajilla de porcelana para ocho personas, la cual podría compartir, pero ya nunca más con su ahora pareja o ex amante; como si todo fuese de él, pero nadie sabría que tiene su historia.
Se preguntaba que caso tenía saber que entre ambos consiguieron un comedor, en el que la mesa de hierro forjado y base de vidrio estuviese rodeada de ocho sillas de distinto material, estilo y color, y que en su conjunto formaban una unidad. Con cuanto anhelo, poco a poco habían juntado un perfecto comedor que era la envidia de sus amigos.
Ahora le habían arrebatado la mitad de sus recuerdos. ¿Con quien compartir esa otra mitad que Elósegui guardaba, con quien compartir esos recuerdos que no interesaba más que a ellos?
Comprendió que tenía que volver a empezar, y el silencio dominical, con el departamento en tonos naranja que anuncia el crepúsculo le dolió, ya había olvidado que se sentía cuando se encuentra uno en domingo sin saber que hacer, ni con quien, y más que eso no sabía que hacer consigo mismo.
Elósegui escucho un timbre, y la sensación de soledad no le impedía pensar que la compañía de alguien le pudiera ser molesta en ese momento. Dejó pasar unos minutos, pero el timbre seguía, se asomó al ojillo de la puerta y vio que era Susan. Abrió la puerta y la abrazó como si hubiera vuelto el amante.
Susan ya vivía en el edificio cuando Elósegui y su amante ocuparon el departamento de al lado. Ella, esa misma noche, se presentó con un pay de manzana. Había insistido en tocar la puerta, puesto que ella sabía que no habían salido del lugar. Por eso, cuando le abrió Elósegui con la bata descompuesta y al amante entrando al baño desnudo, se abochornó y pidió disculpas, y también les dio el saludo de bienvenida al edificio, y les dijo que era la vecina de al lado. Los invitó a cenar y se comprometió a ayudarlos a decorar el departamento, pues era experta en esos detalles.
Desde el principio se llevó muy bien con Elósegui, al grado de entrar en confianza y de opinar sobre la relación que desde ese entonces no era muy buena.
Es horrible que lo dejen a uno, sollozo, Elósegui. Y ella le dijo, te lo dije, alguna vez tendría que pasar, si me hubieras hecho caso, el trancazo no sería tan fuerte.
El le decía a Susan que sentía desesperado, una desesperación imposible por una existencia en la que ya no le quedaba nada. Le era difícil pensar que alguien quisiera en serio a otra persona en estos tiempos, a excepción de él.
En verdad duele, que bueno que viniste, si no, no se que hubiera hecho, y volvió a soltar el llanto.
Te lo dije, los amores matan, dijo Susan, y se tragó las palabras porque era eso lo que ella siempre quiso, y que nunca ha obtenido. Se quedaron callados, y ella, pensativa, miró el portallaves, ahí estaban las llaves del amante, sabía que no volvería. Pero eso no le interesaba a ella, ella descubrió que en su portallaves, igual al que le regaló a Elósegui en aquella cena que les ofreció, nunca ha habido más llaves que las de ella, y a pesar de haber muchos ganchillos solo ocupaba uno.
Ella que salió del departamento porque la tarde dominical también le afectaba, esa luz del sol opaca que ilumina los muebles, los sillones vacíos y el tv dinner con el plato sucio, el vaso vacío y restos de pan, la impulsaron a salir, como huyendo sin saber a quien recurrir más que a sus amigos que ahora era solo uno. También ella estaba sola, a su manera y por su propia decisión, pero le dolía.
Ella dijo:
-Nunca he compartido el portallaves. Siempre ha sido así, desde que me mudé al edificio.
Tu vida a ha sido un cúmulo de amantes desechables -decía Elósegui-, uno tras otro.
Susan veía en Elósegui un alma a rastras, y no comprendía como alguien pudiese caer destrozado por alguien que se va.
Elósegui veía en Susan que estaba destrozada por alguien que nunca había venido. Se descubrieron a sí mismos un hombre solo y una mujer sola, y se empezaron a besar.

Las Miradas

Antes de salir de la disco miró sobre su hombro. Como quien trata de comerse el horizonte, abarcó con su vista todos esos espacios, esas personas, en busca de la mirada de él... simplemente esa mirada.
Aquella vez que lo saludó él iba de entrada cuando el otro salía. Se miraron, y como no queriendo, al evitar sostener la mirada y seguir con el camino, se regresó dos pasos para pedirle lumbre para el cigarro.
El otro ofreció la colilla y esperaba a que se la regresara con el fin de hacer tiempo y no dar por terminado el encuentro, esto lo sabía por experiencia. Y mientras con las manos intentaba encender el cigarro, con los ojos volvió a sostener esa mirada. El otro la retuvo y preguntó:
- ¿Cómo te llamas?
- Demetrio. ¿y tú?
- Sebastián.
Se saludaron
Sebastián con la colilla ya en la mano, la lanzó con un gesto despreocupado hacia el estacionamiento, al mismo tiempo que le preguntaba:
- ¿Por qué tan tarde?
- Vengo de otra disco, y como aquí se termina de madrugada... ¿Y tú? ¿Ya te vas?
- Si, ¡qué hueva!
Un silencio creció entre los dos. No entraba ni salía nadie, solo con él, entre el estacionamiento y los matorrales de la orilla de la carretera, en un compromiso que lo obligó a seguir con una plática en que las preguntas de rigor ya estaban formuladas.
- ¿Buscas acción? -inquirió Demetrio, quien tenía ánimos de un encuentro.
- En realidad voy a mi casa. Todo el fin de semana no he parado de desvelarme.
- Bueno... -dijo en un tono no resignado- En otra ocasión podremos vernos, ¿verdad?
- Si, tal vez para otra ocasión -dijo dándole esperanzas a Demetrio.
- OK, nos vemos.
- Hasta luego.
Demetrio vio como se alejaba, con ese Levi´s 501 con el que se veía bien. Sebastián entró en el automóvil, y antes de que él pasara a su lado, siguió hasta la taquilla, pagó el boleto, y ya adentro, tuvo la sensación de que no tenía ya otra cosa que hacer.
Pero como todo es relativo, volvió a las andadas al ver a tanta gente. Se dio rienda suelta en saludar a quienes conocía, en hacer plática a las nuevas amistades, en bailar hasta el amanecer.
Al principio miraba a cada momento la entrada para ver si a última hora Sebastián volvía. Sin embargo, las esperanzas se iban poco a poco tras el pasar del tiempo. Después, salió a la terraza y creyó ver el auto de Sebastián. Tal vez está otra vez de regreso, quien sabe. Anduvo de arriba abajo, de una pista a otra, entre la barra de bebidas y los baños, y no encontró el menor rastro de él. En el estacionamiento, supo que en realidad lo que había visto era otro auto del mismo color.
En lugar de regresar, caminó hasta el final del estacionamiento. Iba a su casa a dormir con una expresión de hastío. Por el retrovisor la disco se alejaba poco a poco, y dando vuelta hasta perderla de vista dijo:
- ¡Volveré!
En el fin de semana siguiente se presentaron semejantes circunstancias. Sebastián caminaba indiferente por el estacionamiento cuando escuchó una voz que le decía:
- ¿Ya te vas Sebastián?
- Si. -dijo secamente, y mirando a Demetrio como cuando se ha visto a una persona bastante tiempo agregó:
- Nos vemos.
- Hasta luego.- No le quedó otra opción.
Demetrio volvió a entrar a la disco, con la sensación de que había fallado en algo. Luego pensó en que tal vez Sebastián se sentía cansado y que se iba a su casa a dormir. Ha de trabajar mucho, seguía en sus divagaciones. Sin embargo, en realidad no lo había tratado más de cinco minutos, nunca lo ha visto adentro de la disco, bailando, conversando con alguien. Entonces ¿por qué se encontraba embobado si no conocía nada de él?, a excepción de que usa un automóvil blanco, se llama Sebastián y le queda el Levi's a la perfección. Quizás serían esos muslos que llenan las perneras tan bien, o las piernas largas. Lo que probablemente le impresionó más de él, fue la presencia o personalidad, cosas que dejaba a la intuición, porque era casi seguro que acertara en cuanto a las expectativas deseadas de tal o cual persona.
Y mientras la vida transcurría como cualquier noche en cualquier disco, Demetrio andaba, como aquella primera vez, de un lado a otro en busca de algo que sabía no iba a encontrar, pero en el fondo no era más que esa mirada directa que Sebastián le había inyectado como una bofetada.
En todos vio lo que no quería, buscó pretextos para negarse a bailar, las bebidas aumentaron, y la noche la terminó en una cantina. Al salir, pensó en una conclusión factible: el siguiente fin de semana llegaría temprano, a esa disco donde ha visto salir dos veces a Sebastián.
En efecto, así lo hizo y llegó a la media hora de abrir. Al entrar al estacionamiento se encontró con la sorpresa de que era de los primeros, y no había ningún auto blanco. Mientras esperaba a que entraran más personas, veía con insistencia los coches. Comprendió una idea que le hizo entrar a la disco de una buena vez, se estaba obsesionando por alguien quien en realidad no le había prometido nada, ni era seguro que pasara algo.
Una vez adentro, se sentó al lado de una mesa, por la puerta principal; quería ver el justo momento en que Sebastián entrara, para que lo mirara y se sentase con él, o le saludara.
Las horas pasaron y la realidad no se presentó como quería. El no había llegado. En un ataque de furia, Demetrio bailó con una persona al lado suyo de la mesa; pedía bebidas al mesero mientras trataba de conquistar a quien se le atravesó en el destino; pero la noche la pasó en tratar de evadirse hasta que la realidad le dijo: quiero estar contigo a solas.
Con disculpas se despidió del individuo; y con desánimo, miró sobre su hombro todo lo que podía ver de la disco, diciendo para sus adentros tal vez no vino hoy, quizás la siguiente semana.
Cabizbajo y con los pies arrastrando caminaba por el estacionamiento, hasta que descubrió esas perneras. Ahí estaba él. Por fin iban a cambiar las circunstancias.
Oyó que le decían: - ¿Ya te vas Demetrio? A lo que contestó seco: Sí. Y fue cuando comprendió que si él había llegado temprano para encontrarse con Sebastián, Sebastián había llegado tarde para encontrarse con él.

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